Hay momentos en que es necesario que nos sumerjamos en el río Jordán, pues solo así seremos capaces de alcanzar las grandezas de Dios. Jordán tiene un significado muy extraordinario, pues es un nombre masculino de origen hebreo. Surge del hebreo Yarden, a partir de la palabra yarad, que significa “descender”, “correr”, “fluir”. El nombre tiene el sentido de “el que corre” o “aquel que desciende”.
Muchas veces, por cargos, patentes y posiciones que ocupamos, somos tomados por la soberbia, por nuestro ego y dejamos de ver las grandezas de Dios a nuestro alrededor.
Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre grande delante de su señor, y de mucho respeto; porque por él Jehová había dado salvación a los sirios; y era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. (2 Reyes 5:1)
Naamán era un hombre importantísimo y tenía una posición de gran relevancia, pero detrás de este gran y exitoso hombre había un pobre leproso. Detrás de este gran hombre había un Naamán que poseía una enfermedad mayor que la lepra que llevaba consigo: era su ego, su yo.
La Niña Cautiva y la Fe Inquebrantable
El rey de Siria tenía gran respeto por Naamán, pues este era comandante de su ejército; por medio de él, el Señor había dado grandes victorias a Siria. Naamán era un guerrero valiente, pero sufría de lepra. En esa época, saqueadores sirios habían invadido el territorio de Israel, y entre los cautivos había una niña que se convirtió en sierva de la esposa de Naamán.
Mucho podemos aprender de esta ilustre desconocida que, aun siendo llevada cautiva, no negó la fe y el amor de Dios. Esta niña conocía a un Dios vivo que podría curar a Naamán de su lepra.
Todo lugar que Dios nos pone, Él desea que seamos instrumentos Suyos en esta tierra. Habrá momentos en que Dios hará cosas que jamás entenderemos, pues Dios desea que por nosotros la vida de alguien sea transformada.
Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. (Isaías 55:8,9)
Los pensamientos de Dios no son como nuestros pensamientos, ni nuestros caminos son como los caminos del Señor. Aquella niña, aun siendo colocada como sierva en la casa de un extraño, como instrumento de Dios, va a decir a su señora:
Y ella dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra. (2 Reyes 5:3)
Aquella niña tenía todos los motivos para desear el mal a Naamán, pero, por el contrario, Dios estaba presente en la vida de esta niña de tal manera que ella mira la situación y ve la oportunidad de presentar a aquella familia un Dios vivo y capaz de operar milagros.
El Viaje de Naamán y la Reacción del Rey
Naamán cuenta al rey lo que la niña israelita le había dicho y el rey de Siria le da autorización para visitar al profeta. El rey da a Naamán una carta de presentación al rey de Israel. Naamán partió llevando 350 kilos de plata, 72 kilos de oro y diez mudas de ropa festiva.
La carta que fue llevada al rey de Israel decía en sí: “Con esta carta presento a mi siervo Naamán. Quiero que el rey lo cure de la lepra”. Entonces el rey de Israel, al leer la carta, rasga sus vestiduras y dice: “¿Acaso soy Dios, capaz de dar o quitar la vida? ¿Por qué este hombre me pide que cure a un leproso? Como pueden ver, busca un pretexto para atacarnos”.
Y trajo la carta al rey de Israel, diciendo: Luego que esta carta llegue a ti, sabrás que te he enviado a Naamán mi siervo, para que lo cures de su lepra. Y sucedió que, leyendo el rey de Israel la carta, rasgó sus vestiduras, y dijo: ¿Soy yo Dios, para matar y para dar vida, para que éste envíe a mí un hombre, para que yo lo cure de su lepra? Por lo cual, os ruego que notéis y veáis que busca ocasión contra mí. (2 Reyes 5:6,7)
Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey de Israel había rasgado sus ropas, y le manda un mensaje: “¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Déjalo venir a mí, y sabrá que hay profeta en Israel”. Y en ese exacto momento Naamán va con sus caballos y carruajes a la casa de Eliseo.
La Indignación de Naamán ante la Simplicidad
Naamán, al llegar a la casa de Eliseo, creía que el profeta debería simplemente recibirlo, y que bastaría con que agitara las manos sobre su cabeza para que quedara curado de su enfermedad. La recepción fue totalmente diferente de lo que Naamán imaginaba, pues quien recibe a Naamán no es el profeta, sino uno de sus mensajeros.
Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve, y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. (2 Reyes 5:10,11)
Podemos entender que Naamán estaba pasando por este proceso, pues necesitaba comprender que de nada valía su posición humana delante de Dios. El ego de Naamán necesitaba ser quebrado, pues él juzgaba que el profeta debería recibirlo y no su mensajero. Naamán creía que el milagro podría obtenerse sin sacrificio. Muchas veces tenemos la oportunidad de recibir nuestro milagro, pero nosotros mismos rechazamos la voz de Dios con nuestras elecciones egoístas.
El milagro de Naamán ya estaba prácticamente encaminado, pero todos sabemos que el Jordán, el río que desciende, no era uno de los mejores. Y no siempre aquello que agrada a nuestros ojos será lo que Dios usará para bendecirnos, pues Dios muchas veces usará lo que menos valor posee para transformar en una herramienta sobrenatural.
¿No son por ventura Abana y Farfar, ríos de Damasco, mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podría lavarme en ellos, y ser limpio? Y se volvió, y se fue enojado. (2 Reyes 5:12)
Naamán estaba indignado por tener que sumergirse en el río Jordán. Muchas veces no vemos que ya estamos a mitad del proceso para recibir nuestra victoria.
La Persuasión y la Obediencia que Sana
Para que el milagro ocurriera en la vida de Naamán, solo faltaba que él se sumergiera, pues aun en su casa la niña que había sido llevada cautiva ya había dicho lo que Naamán debería hacer.
El profeta ya había pronunciado una palabra sobre la vida de Naamán; ahora solo dependía de él obedecer la palabra de Dios a través del profeta, que era simplemente sumergirse siete veces.
Naamán, en vez de ver la obediencia, simplemente da lugar a la indignación que lo cegaba.
Sus oficiales intentaron convencerlo, diciendo: “Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?”.
Muchas veces la soberbia, el yo, el ego, nos impide ver el milagro que ya está delante de nosotros. El milagro ya estaba delante de Naamán, pero su orgullo lo impedía verlo.
Aquellos hombres dijeron a Naamán algo muy reflexivo, pues Dios no estaba pidiendo a Naamán hacer nada imposible, sino solo que Naamán se sumergiera 7 veces.
Si el profeta hubiera pedido a Naamán hacer cualquier otra cosa, ciertamente lo haría, pero el profeta dijo solo: ve y sumérgete siete veces y quedarás curado.
Entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. (2 Reyes 5:14)
Lecciones Eternas de una Historia Transformadora
Aprendemos de una joven desconocida, del mensajero y de los oficiales algunos legados valiosísimos.
De una joven: Aprendemos que dondequiera que estemos debemos aprovechar la oportunidad de hablar de nuestro Dios.
Del profeta: Aprendemos que debemos obedecer la voz de Dios para que vidas puedan reconocer el poder y la soberanía de Dios.
De los siervos: Aprendemos que, cuando pensemos en desistir, debemos saber que lo que Dios nos pide es solo lo posible, pues lo imposible lo realizará Dios mismo.
Y si Él ha pronunciado una palabra sobre nuestras vidas, Él es fiel para cumplirla, pues vela por su palabra y de ninguna manera volverá vacía.