El Señor Jesucristo desea que Su iglesia produzca frutos, para que, a través de estos frutos, el nombre del Padre sea glorificado en los cielos.
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo quita; y todo el que lleva fruto, lo limpia, para que lleve más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. (Juan 15:1-3)
En los versículos anteriores, Jesús se presenta como la vid verdadera y revela a Dios como el labrador. Dios es quien administra, cuida, trata y elimina las imperfecciones, para que podamos producir frutos de excelencia.
La Llamada a Producir Frutos
Jesús enseña que los sarmientos que no dan fruto son cortados, refiriéndose a aquellos que carecen de la capacidad de producir frutos y están espiritualmente muertos. Cuando no estamos conectados a la vid verdadera, que es Cristo Jesús, nos secamos espiritualmente, como las ramas sin vida de una planta.
Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo quita. (Juan 15:2)
Desde el momento en que un cristiano acepta a Jesús, se produce una transformación en su carácter, acompañada de un anhelo de parecerse cada vez más a Cristo y de producir frutos para el Reino de los Cielos. Jesús distingue entre dos tipos de sarmientos: los fructíferos, que son podados para producir más, y los infructuosos, que son cortados y arrojados al fuego.
Los Frutos del Espíritu
Cuando permanecemos en la presencia de Dios, conectados a la vid verdadera, que es Jesús, producimos frutos espirituales. Estos frutos son podados para que continuemos produciéndolos en abundancia.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (Gálatas 5:22-23)
Estos frutos existen porque estamos unidos a la vid verdadera. En comunión con el Señor Jesús, producimos los mismos frutos que Él produjo, vivimos como Él vivió, hablamos como Él habló y caminamos según Su voluntad y propósito.
Reflejando la Semejanza de Cristo
Cuando Jesús predijo que Pedro lo negaría tres veces, vemos que aquellos que están conectados a la vid verdadera se vuelven semejantes a Él.
Y un poco después, los que estaban allí se acercaron y dijeron a Pedro: Verdaderamente, tú también eres de ellos, porque tu manera de hablar te descubre. (Mateo 26:73)
Por otro lado, cuando no estamos unidos a la vid verdadera, producimos las obras de la carne, que incluyen:
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. (Gálatas 5:19-21)
Las Condiciones para Producir Frutos
Jesús enseña que existen condiciones para producir frutos. La principal es permanecer en Él, para que Él permanezca en nosotros.
Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que no permanece en mí, será echado fuera como sarmiento, y se secará; y los recogen, y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. (Juan 15:4-7)
Sin comunión con Cristo a través de la fe, somos incapaces de producir frutos. Desconectados de Jesús, nos convertimos en un sarmiento cortado, que se seca, pierde su brillo, se marchita y muere. Cuando no tenemos esta conexión, perdemos el resplandor del Espíritu Santo, nuestra alma se torna árida y morimos espiritualmente, haciendo imposible la producción de frutos.
Discípulos que Glorifican al Padre
Entendemos que Jesús es la vid, y nosotros somos los sarmientos. En comunión con Él, producimos frutos; desconectados, nos volvemos infructuosos. Jesús declara que separados de Él, nada podemos hacer. Cuando permanecemos en Él y dejamos que Su palabra habite en nosotros, todo lo que pidamos al Señor será concedido.
Nos convertimos en discípulos del Maestro cuando producimos frutos, y a través de estos frutos, Dios es glorificado en el cielo.
En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y así seréis mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he hecho saber. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros. (Juan 15:8-17)
El Poder del Amor y la Obediencia
La producción de frutos es esencial en la vida del cristiano, pues a través de ellos, el nombre del Padre es glorificado en nuestras vidas. Así como Cristo nos amó, debemos permanecer en Su amor. La obediencia a la palabra de Jesús y a Sus mandamientos nos mantiene plenamente conectados a la vid verdadera.
Y en esto conocemos que le amamos y creemos en el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. (1 Juan 4:16)
Es fundamental que el cristiano ame a su prójimo como Jesús nos amó. Jesús no nos considera siervos, pues los siervos no conocen los propósitos y planes del Padre para cada uno de nosotros y para Su iglesia. Él nos llama amigos, porque todo lo que el Padre le reveló, también nos lo reveló a nosotros, permitiéndonos conocer los planes divinos.
Escogidos para Fructificar
No fuimos nosotros quienes elegimos a Cristo; Él nos eligió y nos aceptó, haciéndonos herederos del Reino Celestial. El Señor nos designó no solo para habitar en el cielo, sino para producir frutos, y todo lo que pidamos en Su nombre nos será concedido.
Jesús nos invita a producir frutos dignos de arrepentimiento y a traer más personas al Reino de los Cielos. Nos enseña a amar al prójimo como a nosotros mismos, encendiendo en nuestros corazones un deseo ardiente de fructificar cuando lo aceptamos.
Jesús desea que, a través de nuestras vidas, el nombre del Padre sea glorificado. Dios se regocija profundamente cuando producimos frutos de calidad. Cada uno de nosotros es capaz de producir frutos para el Reino, pues fuimos liberados por el poder de la palabra y injertados en la vid verdadera, que es Cristo Jesús, capacitándonos para generar abundantes frutos para el Reino del Cielo.
Comparte este mensaje e inspira a otros a vivir conectados a la vid verdadera, produciendo frutos que glorifiquen a Dios.