Al meditar en Romanos 3, recordamos la historia de Adán y Eva, quienes cedieron a la influencia de la serpiente, descrita como la más astuta de todas las criaturas que Dios creó en el jardín. En un momento crucial, la serpiente cuestionó a Eva:
¿Conque Dios os ha dicho: “No comeréis de todo árbol del huerto”? (Génesis 3:1)
Eva, conocedora del mandato de Dios, respondió:
Del fruto de los árboles del huerto podemos comer, pero del fruto del árbol que está en medio del huerto, dijo Dios: “No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis.” (Génesis 3:2-3)
Sin embargo, la serpiente indujo a Eva a la desobediencia, asegurando que no morirían, sino que sus ojos se abrirían y serían como Dios, conociendo el bien y el mal. La desobediencia de Adán y Eva los expulsó del jardín y, como consecuencia, todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios.
Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios. (Romanos 3:23)
La Caída y sus Consecuencias
Eva vio que el árbol era agradable a la vista y su fruto parecía delicioso. Movida por el deseo de sabiduría, tomó el fruto, lo comió y, desobedeciendo el mandato de Dios, también se lo dio a Adán. En ese momento, sus ojos se abrieron y se dieron cuenta de que estaban desnudos, cosiendo hojas de higuera para cubrirse.
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Romanos 5:12)
Antes de que se diera la ley, todos pecaron, pero, como la ley aún no existía, sus pecados no fueron imputados. Desde Adán hasta Moisés, la muerte reinó sobre todos, incluso sobre aquellos que no desobedecieron un mandato explícito, como lo hizo Adán.
Adán y Cristo: Un Contraste de Resultados
Adán es una figura de Aquel que había de venir, Jesucristo. Sin embargo, hay una diferencia profunda entre el pecado de Adán y el don de Dios. El pecado de un solo hombre trajo la muerte a muchos, pero la gracia de Dios, manifestada a través de Jesucristo, trajo vida a innumerables personas.
Mientras que el pecado de Adán resultó en condenación, el don de Dios nos declara justos a pesar de nuestros muchos pecados. La desobediencia de Adán introdujo el pecado, permitiendo que la muerte reinara. En contraste, la obediencia de Cristo trajo la gracia y la justicia, permitiendo que quienes la reciben reinen en vida.
Porque si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. (Romanos 5:17)
Un solo pecado de Adán trajo condenación a todos, pero un solo acto de justicia de Cristo quitó la culpa y trajo vida. Por la desobediencia de Adán, muchos se hicieron pecadores; por la obediencia de Cristo, muchos son declarados justos.
La Ley, el Pecado y la Gracia
La ley fue introducida para que se reconociera la gravedad del pecado. Sin embargo, donde el pecado abundó, la gracia de Dios se multiplicó aún más.
Pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. (Romanos 5:20)
Así como el pecado reinó, trayendo muerte, ahora reina la gracia, declarándonos justos ante Dios y conduciendo a la vida eterna por medio de Jesucristo, nuestro Señor.
Esperanza en la Confesión y el Perdón
Somos pecadores imperfectos que buscamos mejorar cada día. Cuando fallamos, reconocemos nuestros errores, confesamos y abandonamos el pecado, y Dios, en Su infinita misericordia, nos purifica.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia. (1 Juan 1:9)
El costo de la desobediencia de Adán y Eva en el jardín nos separó de la gloria de Dios, pero la obediencia de Jesucristo y Su amor infinito nos reintegran como hijos y herederos del Reino.