Romanos 12:15 – Gozaos con los que se gozan y llorad con los que lloran.

By Published On: 7 de agosto de 2023

A través del pasaje de Romanos 12:15, profundizaremos en uno […]

A través del pasaje de Romanos 12:15, profundizaremos en uno de los mandamientos más inspiradores y desafiantes de la Escritura, que nos llama a una actitud compasiva y empática hacia nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

Imagine una comunidad cristiana donde la empatía florece como una delicada flor de primavera, donde los corazones se unen en la alegría por los logros de cada miembro y donde el consuelo se ofrece sin reservas a los corazones heridos por el sufrimiento. Sí, esta es la visión que encontramos en Romanos 12:15. Un llamado para que nuestra fe sea más que palabras, sino una manifestación tangible de amor mutuo y cuidado genuino.

La carta a los Romanos, escrita por el apóstol Pablo, es un verdadero tesoro de enseñanzas para la vida cristiana. En él se nos invita a comprender la gracia salvadora de Dios, la justificación por la fe y la transformación de la mente por medio del Espíritu Santo. Y es en este contexto de fe viva y activa que encontramos el capítulo 12, donde Pablo nos presenta una visión práctica y concreta de cómo vivir en santidad y amor, reflejando la imagen de Cristo.

Hoy profundizaremos en las enseñanzas de Romanos 12:15, buscando no solo un entendimiento intelectual sino un corazón sensible al llamado divino a gozarnos con los que se gozan y llorar con los que lloran. Descubramos cómo este mandamiento es una herramienta poderosa para construir una comunidad cristiana unida, impactante y transformadora. ¡Preparen sus corazones y mentes, porque el viaje está por comenzar!

Regocíjate con los que se regocijan

La primera parte de Romanos 12:15 nos anima a compartir el gozo de aquellos que están pasando por momentos felices y triunfos en sus vidas. “Gozaos con los que se gozan;” Esta es una expresión de amor y comunión unos con otros, reconociendo que así como estamos llamados a consolar a los afligidos, también debemos celebrar con los que están felices.

Nuestro gozo genuino y sincero es una manifestación del amor ágape, el amor desinteresado e incondicional que se ejemplifica en Dios. Al experimentar el gozo de otras personas, no debemos sentir envidia ni celos, sino regocijarnos con ellos como parte de una comunidad que comparte las bendiciones de Dios.

La Biblia nos enseña que el amor es la esencia del carácter de Dios. “El que no ama no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” (1 Juan 4:8). Se regocija por sus criaturas y su bienestar. Como imitadores de Cristo, debemos reflejar ese amor al regocijarnos con los demás. Esta alegría no es sólo un sentimiento momentáneo, sino una actitud del corazón que se traduce en acciones de celebración y aliento mutuo.

Sin embargo, el mundo que nos rodea a menudo nos presenta una cultura de competencia e individualismo, donde la alegría por los demás es escasa. En este escenario, es fácil caer en la trampa de la envidia, comparando nuestros logros con los de los demás y buscando sobresalir por encima de los demás. La envidia puede cegarnos a las bendiciones que Dios derrama en nuestras propias vidas y evitar que nos regocijemos en los éxitos de los demás.

Si bien la envidia es una emoción humana común, la Biblia advierte sobre sus efectos destructivos. En la historia de Caín y Abel, vemos la envidia de Caín por el favor de Dios sobre la ofrenda de su hermano, lo que lo llevó a cometer el primer asesinato registrado en la Biblia (Génesis 4:3-8). La envidia puede conducir a un corazón amargado y acciones irreflexivas, dañando no solo nuestra relación con Dios, sino también con las personas que nos rodean.

Más bien, el gozo compartido es un signo de madurez espiritual y crecimiento en Cristo. Pablo exhortó a los filipenses a regocijarse en el Señor ya tener una actitud de bondad y alegría los unos con los otros (Filipenses 4:4-5). La alegría no es solo un sentimiento privado, sino un fruto del Espíritu Santo que debe expresarse en nuestra comunidad de fe.

La historia de María e Isabel es un ejemplo vivo de ello. María, la joven madre de Jesús, recibió la noticia de que Isabel, su anciana y estéril pariente, también estaba milagrosamente embarazada. En lugar de sentir celos o rivalidad, María se apresuró a visitar y compartir la alegría de Isabel. Al escuchar el saludo de María, Isabel se llenó del Espíritu Santo y reconoció la maravilla de lo que le estaba pasando a María. Las dos mujeres compartieron su alegría y gratitud a Dios por su maravilloso plan (Lucas 1:39-45).

Este pasaje nos enseña que la alegría compartida es una expresión de humildad y amor mutuo. María, aunque fue escogida para tan singular misión, no se aisló en su propia experiencia, sino que se preocupó por la alegría y el milagro que Dios estaba realizando en Isabel. Su alegría no era incompatible sino complementaria, mostrando que cuando reconocemos y apreciamos la obra de Dios en los demás, experimentamos un sentido más profundo de unidad y compañerismo.

Esta actitud de compartir la alegría también se repite en las palabras de Jesús en su famosa historia del hijo pródigo. Cuando el hijo menor regresa arrepentido, el padre no sólo lo recibe con alegría, sino que convoca a todos a una fiesta de celebración (Lc 15,11-32). La alegría del padre no es egoísta, sino que abarca a toda la familia e incluso a los sirvientes. Comparte su alegría con todos los que le rodean, demostrando un amor incondicional que no se deja llevar por rencores ni amarguras.

Mientras meditamos en Romanos 12:15, somos desafiados a examinar nuestros corazones y actitudes hacia el gozo de los demás. Debemos buscar la transformación del Espíritu Santo para que la envidia y el egoísmo no tengan cabida en nuestro corazón, sino que esa alegría genuina y sentida pueda fluir de nosotros hacia quienes nos rodean. A medida que abrazamos el amor de Dios, aprendemos a regocijarnos con los que se regocijan y, de esa manera, damos testimonio al mundo del amor transformador de Cristo que mora en nosotros.

Es importante señalar que la alegría compartida no debe ser una competencia o una comparación. Debemos evitar sentimientos de envidia o inferioridad cuando otros están experimentando las alegrías que deseamos para nosotros. La alegría de los demás no disminuye nuestra propia felicidad, porque estamos llamados a amarnos unos a otros como Cristo nos amó (Juan 13:34-35).

lloro con los que lloran

La segunda parte del versículo nos llama a compartir la carga de los que sufren y lloran. La empatía es una cualidad esencial del cristiano, porque a través de ella podemos demostrar el amor de Cristo en situaciones de dolor y sufrimiento.

El llanto compartido es una expresión profunda de conexión espiritual entre los miembros del cuerpo de Cristo. La Biblia nos enseña que somos parte de un solo cuerpo, con Jesús como cabeza, y todos los creyentes son como miembros interconectados de ese cuerpo (1 Corintios 12:12-27). Sin embargo, con demasiada frecuencia, tendemos a centrarnos solo en nuestros propios problemas y preocupaciones, olvidando que cuando un miembro sufre, todos sufrimos juntos. Este entendimiento nos llama a mirar más allá de nosotros mismos y considerar el bienestar de otros miembros del cuerpo de Cristo.

Para ilustrar este principio, el apóstol Pablo escribió a los corintios, comparando la iglesia con un cuerpo humano. Así como cuando un miembro del cuerpo humano se lesiona, todo el cuerpo siente el dolor y reacciona para proteger y curar al miembro lesionado, así sucede en la comunidad cristiana. Si bien es posible que no estemos físicamente presentes ni conozcamos personalmente a todos los miembros de la iglesia, estamos llamados a sentir y compartir sus dolores y alegrías, intercediendo y apoyándonos unos a otros en oración y acción.

Jesús es el último modelo de empatía y compasión por nosotros. En Juan 11:32-35, encontramos la conmovedora historia de Lázaro, un amigo cercano de Jesús, que muere, dejando a sus hermanas Marta y María en profundo luto. Cuando Jesús llega al lugar y encuentra a las hermanas llorando, no solo se emociona, sino que también llora con ellas. Esta es una poderosa demostración de cómo la empatía trasciende la lógica humana y llega al corazón mismo de Dios. Jesús, el Hijo de Dios, comprendió la profundidad del sufrimiento humano y mostró su amor incondicional a través de sus lágrimas.

Si bien es posible que no entendamos completamente las luchas y el dolor que otros están experimentando, no necesitamos tener todas las respuestas para ser empáticos. El simple hecho de estar allí y ofrecer nuestro apoyo puede ser un bálsamo reconfortante para quienes sufren. Esta presencia amorosa se ejemplifica en la historia de Job. Fue un hombre justo que enfrentó innumerables tragedias en su vida, perdiendo a su familia, salud y riqueza. Cuando sus amigos se enteraron de sus pruebas, viajaron por todas partes para consolarlo y llorar con él (Job 2:11-13). Sus acciones son un poderoso recordatorio de que la empatía requiere acción, compasión práctica y la voluntad de apoyar a quienes sufren.

La empatía no requiere que entendamos completamente por lo que está pasando el otro, pero sí nos llama a ser oyentes sensibles, atentos y simpatizantes activos. Cuando somos empáticos, estamos en sintonía con las emociones y necesidades de los demás, y esto puede ser un catalizador para la sanación emocional y el fortalecimiento de los lazos dentro de la comunidad cristiana.

Así que animémonos a vivir una vida de empatía y compasión, siguiendo el ejemplo de Jesús y practicando el llanto compartido con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Esforcémonos por ser sensibles a las necesidades emocionales de los demás, ofreciendo nuestro apoyo, oraciones y amor para que el cuerpo de Cristo se fortalezca y se una en un testimonio vivo del amor de Dios por el mundo.

Cultivando una comunidad empática

Para practicar el mandamiento de Romanos 12:15, es fundamental que cultivemos una comunidad empática, donde las relaciones se basen en el amor, la comprensión y la solidaridad. Esto implica derribar las barreras que nos impiden conectarnos verdaderamente con los demás y preocuparnos por sus alegrías y tristezas.

Sin embargo, es importante enfatizar que cultivar la empatía no significa asumir el papel de consejero o solucionador de problemas para los demás. A veces, las personas solo necesitan a alguien que escuche y comprenda sin juzgar ni recibir consejos no solicitados (Proverbios 18:13).

Si bien podemos estar ocupados con nuestras propias vidas y preocupaciones, debemos hacer tiempo para invertir en relaciones con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Se necesita esfuerzo e intencionalidad para mostrar interés genuino en los demás y preocuparse por sus vidas.

Jesucristo es el modelo máximo de empatía y compasión. Vivió una vida de servicio, siempre dispuesto a regocijarse con los demás y compartir sus cargas. En su caminar terrenal, Jesús demostró empatía de varias maneras:

Sin embargo, aun siendo Hijo de Dios, Jesús no dudó en relacionarse con las personas más marginadas y desfavorecidas, regocijándose en su salvación (Lc 15,1-7). También se entristeció por el sufrimiento humano y lloró junto con los dolientes (Mateo 26:36-39).

Aunque sabía que iba a resucitar a Lázaro, Jesús se conmovió por el dolor de Marta y María y lloró con ellas (Juan 11:33-35). Este ejemplo ilustra que incluso conociendo el resultado de la situación, aún podemos mostrar compasión y empatía por los demás en sus momentos de dolor.

La cosecha y los desafíos de la empatía

Cuando ponemos en práctica la enseñanza de Romanos 12:15, cosechamos beneficios no solo para nosotros sino también para la comunidad cristiana en su conjunto. Una comunidad empática se fortalece y crece en el amor mutuo, ya que cada miembro se siente valorado y amado.

La empatía genera confianza y conexiones más profundas entre las personas. Al compartir nuestras alegrías y tristezas, construimos una red de apoyo y aliento donde todos pueden encontrar consuelo en tiempos de necesidad “Por lo tanto, anímense y edifiquen unos a otros, como ciertamente lo están haciendo”. (1 Tesalonicenses 5:11).

Sin embargo, es importante recordar que expresar empatía no siempre es fácil. A menudo podemos sentirnos inadecuados o inseguros de cómo responder a las necesidades emocionales de los demás. En estas situaciones, podemos buscar la guía de Dios, pidiendo sabiduría y sensibilidad para manejar las situaciones con amor y comprensión “Si a alguno de vosotros le falta sabiduría, pídala a Dios, que la da a todos gratuita y voluntariamente; y le será concedido.” (Santiago 1:5).

Si bien podemos ser bendecidos al compartir el gozo y las lágrimas con nuestros hermanos y hermanas en Cristo, el mayor propósito es glorificar a Dios a través de nuestras acciones empáticas. Mientras buscamos honrar a Dios en nuestras relaciones, Él se manifiesta a través de nosotros, tocando vidas y cambiando corazones.

A pesar de la importancia y los beneficios de la empatía, enfrentamos algunos desafíos al tratar de vivir de acuerdo con Romanos 12:15. Uno de los principales obstáculos es el egoísmo humano, que tiende a priorizar las propias necesidades y deseos en detrimento de los demás (Filipenses 2:3-4).

Sin embargo, la empatía nos invita a superar este egoísmo y mirar más allá de nosotros mismos a las necesidades de quienes nos rodean. Es un llamado a salir de nuestra zona de confort y relacionarnos genuinamente con las personas.

Si bien podemos temer la vulnerabilidad a la que nos expone la empatía, es esencial para una auténtica vida cristiana. Al conectarnos emocionalmente con los demás, nos volvemos más sensibles al sufrimiento y las dificultades que nos rodean, que pueden ser dolorosos. Sin embargo, también nos permite experimentar el consuelo y la gracia de Dios de una manera más profunda.

El poder de la empatía transformadora

La empatía tiene el poder de transformar relaciones y comunidades. Cuando nos regocijamos con los que se regocijan y lloramos con los que lloran, creamos una atmósfera de amor y compasión que atrae a los demás. Esto es especialmente impactante en un mundo marcado por la insensibilidad y el individualismo.

Sin embargo, es importante recordar que la empatía genuina no es una mera fachada o un gesto vacío. Brota de un corazón verdaderamente transformado por Cristo, que encuentra gozo en servir a los demás y mostrar amor incondicional (Colosenses 3:12-14).

Si bien es posible que no cambiemos el mundo entero con nuestras acciones empáticas, cada acto de amor y comprensión tiene un efecto dominó que puede influir e inspirar a otros. Cuando somos tocados por el amor de Dios, tenemos el poder de difundir ese amor a través de nuestras palabras y acciones.

Conclusión

Romanos 12:15 es una invitación a una vida de empatía y compasión. Al regocijarnos con los que se regocijan y llorar con los que lloran, cumplimos el propósito de Dios para la comunidad cristiana: ser el cuerpo de Cristo en la tierra, demostrando su amor al mundo.

Por lo tanto, oremos y busquemos el poder del Espíritu Santo para vivir una vida de empatía, buscando activamente compartir las alegrías y las tristezas de aquellos que Dios ha puesto en nuestro camino. Que nuestras vidas estén marcadas por el amor y el cuidado mutuo, reflejando la imagen de Cristo al mundo.

Recordemos las palabras de Jesús: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

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Written by : Ministério Veredas Do IDE

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